Rev. Rómulo Vergara: “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba.... Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices…” Génesis 32:24-26.
Jacob, hijo de Isaac y de Rebeca, y hermano mellizo de Esaú, alumbrado después que este último y, por ello, considerado como menor (Génesis 25:21-26). Sin embargo, antes de que ambos nacieran, Dios había, dicho “el mayor servirá al menor” (v. 23), dando así Su promesa a Jacob.
Jacob no esperó a la intervención divina, sino que se mostró dispuesto a recurrir a cualquier argucia y fraude para procurárselo por sí mismo. Siguió un acto fraudulento. Isaac era viejo y casi ciego. Rebeca convenció a Jacob para que se vistiera con ropas de Esaú, y que se cubriera el cuello y las manos con pieles de cabritos, porque Esaú era mucho más velludo que Jacob, para hacerse pasar por su hermano. Así obtendría de Isaac, que pensaba que estaba muriendo, la bendición que correspondía al derecho de primogenitura. Cuando Esaú descubrió lo que Jacob había hecho, se lamentó violentamente de haberse dejado arrebatar su derecho por su hermano. Esaú resolvió matar a su hermano cuando su padre muriera (Génesis 27:1-41).
“Y concibió Rebeca… Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová… Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre. Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú. Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob” (Génesis 25:21-26). Jacob desde el vientre de su madre empezó a dar problemas. Su madre sufría por los dos muchachos, porque ambos estaban peleando en su vientre. Jacob buscando la bendición de Dios pero de una manera incorrecta, maltratando, empujando al otro, y así nació. Ya habían pasado muchos años y Jacob seguía siendo un problema para él mismo y para otros.
El nombre de Jacob significa: suplantador, engañador; él era así. Por eso Jacob estaba dispuesto por un cambio, dejó los suyos en otro lugar y se apartó con Dios, no necesitó que alguien lo acompañara o le motivara. “Y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba” (Génesis 32:22-24).
Jacob dijo: “¡A partir de esta noche tengo que mejorar, tengo que cambiar, tengo que ser otro!” Es necesario darnos cuenta que algo está andando mal, y que tomemos el tiempo para rendirnos en el altar, para rendirnos a los pies de Cristo, a los pies de Dios. “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba” (Génesis 32:24). Ahí es cuando se resuelven los problemas, ahí es cuando se logran las victorias, ahí es cuando se alcanzan los cambios; cuando nos apartamos y nos rendimos ante su presencia; cuando gemimos, cuando agonizamos en la presencia, cuando derramamos nuestra alma y nuestro corazón, cuando derramamos nuestras lágrimas y nos humillamos en la presencia del Señor. Allí estará el Señor bien cerca para responder a la petición y para dar la salida y solución.
“Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices” (Génesis32:25, 26). Y el ángel le descoyuntó el muslo a Jacob. Imagínese el dolor que se sentiría cuando pasa algo así, pero parece que Jacob no sentía dolor porque si lo hubiera sentido hubiera gritado y se hubiera rendido, y hasta hubiera dicho “hasta aquí nomás”. Pero parece que no hizo caso al dolor, estaba buscando algo más, estaba buscando un toque especial de Dios.
No quería que le toquen físicamente, quería un toque dentro de su vida, quería un toque en su carácter, quería a partir de ese encuentro ser una persona diferente. Qué bueno es cuando alguien está decidido a cambiar, porque si está decidido no habrá nada que lo detenga, no habrá nada que le haga desistir, por muy fuerte que sea la situación, por muy terrible que sea, esa persona va en busca de lo que quiere y olvida e ignora lo que pueda pasar. A pesar que este hombre había tenido muchas experiencias con Dios, necesitaba algo más, y por conseguir esa bendición tenía que esforzarse, tenía que luchar.
“Y dijo (aquel varón): Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices” (Génesis 32:26). Jacob le dijo: ¡Si es necesario seguiremos en ayuno, seguiremos todo el día hasta la tarde, no te voy a soltar si no me bendices! ¡Esta noche es mi noche! Jacob luchaba como si fuera más fuerte que el ángel. Por eso, como Jacob hay que entregarlo todo, de todo corazón, no hay que aflojarse, no hay que soltarlo hasta que no venga la gloria de Dios, hasta que no baje la bendición, hasta que Dios nos responda. Obrero, quién sabe si en la Obra ya no eres el mismo, no ves las cosas como antes, y quizás hasta estés incómodo.
Entonces deja que Dios te toque. Si lo crees ¡ahora mismo el Señor te toca, Él te transforma!