
La Biblia registra que Pablo junto con otros compañeros, fueron
golpeados, heridos y puestos presos en la cárcel. Sin embargo, siendo ya
de noche sin importarles las circunstancias que estaban atravesando,
empezaron a cantar, abrieron la boca para adorar y bendecir a Dios y la
cárcel empezó a temblar, los cimientos del edificio se sacudían, porque
la presencia de Dios estaba en ese lugar, porque donde está el Espíritu
de Dios, allí hay libertad. El caso de Israel era diferente, la
situación llegó a hacerse tan crítica, que ellos colgaron los
instrumentos, cerraron la boca y cuando les dijeron que cantaran, ellos
respondieron: ¡No podemos cantar en tierra extraña! Israel fue llevado a
cautiverio y se secó su espíritu, secándose su alma, secándose su
corazón.
Hoy estamos en un tiempo tan difícil, porque hay muchos maestros de la Palabra, mediocres, temerosos, miedosos, pusilánimes, y hasta cobardes. Estos maestros no enseñan la Palabra, lo que enseñan son medias verdades y por eso existen medios creyentes; y como no se les enseñó la Palabra completa no hay un cambio completo, pero el verdadero Evangelio produce una verdadera transformación interna y externa; qué maravilloso cuando oímos la Palabra de verdad, que produce tremendos cambios. Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Por eso el Señor envió al profeta a declararle al pueblo, no para declararle cualquier simpleza, ni para contar chistes ni payasadas, sino que fue a predicar la Palabra de verdad.
El Evangelio verdadero es poder de Dios, Pablo dijo: “Porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16). Ahora muchos predican un evangelio acomodado, un evangelio sin poder, que no produce cambios. ¿Cómo podrán entender aquella gente que está dentro de una congregación, dentro de un templo mundano, liberal, viviendo como le da la gana?, ellos creen que ese es el Evangelio. En realidad, el Evangelio es una potencia, es poder que produce una explosión dentro de nuestro ser, y se operan grandes cambios.
La Biblia nos dice que un funcionario de Etiopía, había venido a Jerusalén y estaba leyendo al profeta Isaías. “Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” (Hechos 8:30, 31). “Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta Escritura, le anunció el Evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó” (Hechos 8:30-38).
Llama poderosamente la atención cuando la Escritura dice: “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Cuando oímos esta Palabra verdadera, pasamos de muerte a vida, de las tinieblas a la luz admirable.
Nuestro Señor Jesucristo estaba peleando la batalla en el desierto y habían pasado cuarenta días de verdadero ayuno. No como esos ayunos que hacen muchos en su cuartito con aire acondicionado, con alfombras, con jugo de naranja o de zanahoria, esos son ayunos inventados por el diablo; hasta dicen que Daniel ayunaba con jugo de zanahoria, ¡mentira de Satanás! Los verdaderos ayunos que encontramos en la Biblia, eran días y noches sin tomar agua, sin comer nada. Pero no hay quien haya ayunado como el Señor, no hay nadie todavía, ni lo encontraremos jamás.
¿Sabe dónde fue el ayuno del Señor? Fue en un desierto, donde sólo hay espinas, arena candente, calor tremendo; y nuestro Señor en ayuno, orando y clamando. Cuando llegaba la noche venía el frío del desierto, ese aire terrible hace temblar a cualquiera, y al amanecer aparecía un sol abrasador. “Y vino a Él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:3, 4). De toda Palabra que sale de la boca de Dios vivirá el hombre; porque de ella somos vivificados, y con ella nos alimentamos espiritualmente.
Amados, con esta revelación divina no hay tempestad, no hay demonio que nos detenga, porque hay un poder dentro de nosotros y esa es la Palabra del Señor.
Tomado de: http://impactoevangelistico.net
Hoy estamos en un tiempo tan difícil, porque hay muchos maestros de la Palabra, mediocres, temerosos, miedosos, pusilánimes, y hasta cobardes. Estos maestros no enseñan la Palabra, lo que enseñan son medias verdades y por eso existen medios creyentes; y como no se les enseñó la Palabra completa no hay un cambio completo, pero el verdadero Evangelio produce una verdadera transformación interna y externa; qué maravilloso cuando oímos la Palabra de verdad, que produce tremendos cambios. Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Por eso el Señor envió al profeta a declararle al pueblo, no para declararle cualquier simpleza, ni para contar chistes ni payasadas, sino que fue a predicar la Palabra de verdad.
El Evangelio verdadero es poder de Dios, Pablo dijo: “Porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16). Ahora muchos predican un evangelio acomodado, un evangelio sin poder, que no produce cambios. ¿Cómo podrán entender aquella gente que está dentro de una congregación, dentro de un templo mundano, liberal, viviendo como le da la gana?, ellos creen que ese es el Evangelio. En realidad, el Evangelio es una potencia, es poder que produce una explosión dentro de nuestro ser, y se operan grandes cambios.
La Biblia nos dice que un funcionario de Etiopía, había venido a Jerusalén y estaba leyendo al profeta Isaías. “Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” (Hechos 8:30, 31). “Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta Escritura, le anunció el Evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó” (Hechos 8:30-38).
Llama poderosamente la atención cuando la Escritura dice: “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Cuando oímos esta Palabra verdadera, pasamos de muerte a vida, de las tinieblas a la luz admirable.
Nuestro Señor Jesucristo estaba peleando la batalla en el desierto y habían pasado cuarenta días de verdadero ayuno. No como esos ayunos que hacen muchos en su cuartito con aire acondicionado, con alfombras, con jugo de naranja o de zanahoria, esos son ayunos inventados por el diablo; hasta dicen que Daniel ayunaba con jugo de zanahoria, ¡mentira de Satanás! Los verdaderos ayunos que encontramos en la Biblia, eran días y noches sin tomar agua, sin comer nada. Pero no hay quien haya ayunado como el Señor, no hay nadie todavía, ni lo encontraremos jamás.
¿Sabe dónde fue el ayuno del Señor? Fue en un desierto, donde sólo hay espinas, arena candente, calor tremendo; y nuestro Señor en ayuno, orando y clamando. Cuando llegaba la noche venía el frío del desierto, ese aire terrible hace temblar a cualquiera, y al amanecer aparecía un sol abrasador. “Y vino a Él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:3, 4). De toda Palabra que sale de la boca de Dios vivirá el hombre; porque de ella somos vivificados, y con ella nos alimentamos espiritualmente.
Amados, con esta revelación divina no hay tempestad, no hay demonio que nos detenga, porque hay un poder dentro de nosotros y esa es la Palabra del Señor.
Tomado de: http://impactoevangelistico.net