Rev. Gustavo Martínez: “Sacúdete del polvo; levántate y siéntate, Jerusalén, sueltas las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion.” Isaías 52:2.

Algunos historiadores señalan que la vida de los judíos en Babilonia era un cuadro muy triste. Estaban junto a los ríos de Babilonia y allí lloraban, una de las cosas que más torturó sus mentes y sus corazones eran los recuerdos de la gloria de Dios en Jerusalén. Dios utilizó el recuerdo para que el pueblo volviera a desear aquellos días de gloria. Ellos lloraban y hasta colgaron sus instrumentos de música, estaban inactivos espiritualmente, pero había razones para sentirse tristes y sin gozo, no podían cantar, ni tocar los instrumentos; la razón principal era que estaban en tierra de extraños, era tierra de cautiverio. Faraón pretendía que el pueblo de Israel ofreciera sacrificios a Jehová en Egipto por eso cuando Moisés le pidió que dejara ir al pueblo al desierto, él contestó, ¿por qué ir tan lejos si aquí en Egipto se puede hacer los sacrificios?
Los babilonios decían: “Canten algunos cánticos de Sion”. El pueblo de Dios respondía: “no podemos cantar”. ¿Por qué no? Si allí estaban las arpas y todo lo que necesitan. No podían porque faltaba lo principal, y esa era la libertad, y si no hay libertad no se puede cantar. Por eso usted en ocasiones viene al culto y aunque todo el pueblo se goza usted está como espectador, mirando de un lado a otro y hasta ha tratado de levantar las manos para adorar, pero no puede porque hay una cautividad en su corazón, no tiene la libertad para alabar a Dios. Pero la Palabra desea darle vida, levantarlo y romper sus cadenas. Dios quiere un pueblo libre, Él desea darle vida, y que experimente la gloria de su poder.
Se necesita la libertad para poder alabar, y glorificar el nombre de Dios. ¿Por qué muchos no se sienten libres? Porque fueron llevados cautivos por su pecado, por su orgullo, su vanidad, egoísmo, por un pecado inconfeso que anidó en su corazón, porque aborrece a alguien, porque se ha enojado con su hermano y no le habla, siente envidia de ver cómo Dios le ha levantado y le prospera. Hay cosas que pueden estar afectando la comunión, y la relación con Dios, que pueden encadenarnos, llevándonos a una prisión espiritual, y por eso no se puede alabar a Dios y darle la gloria debida a su nombre. Muchos vienen al templo y se quedan en el atrio y no pueden entrar al lugar santísimo porque para entrar hay que estar limpios de toda inmundicia, en comunión y armonía con las Sagradas Escrituras. Los que se quedan en el atrio hacen a Dios una oración de memoria, mecánica, por lo tanto no están adorando ni alabando a Dios.
Tenemos muchas razones para alabarle, Él nos ha salvado, nos ha sanado y bendecido; pero también tenemos que adorarle y amarle con profundo amor, de corazón, estar enamorados de Dios para poder desear estar en el lugar santísimo y levantar las manos y adorarle en espíritu y en verdad. No por lo que Él nos ha dado sino por lo que Él es. Él es Dios y nosotros sus criaturas por lo tanto le debemos adoración.
¿Qué le ha robado el fervor del comienzo de venir a darle gloria y alabanza a Dios? El libro de Isaías capítulo 52, verso 2, dice el Señor a Su pueblo, leemos: “Sacúdete del polvo; levántate y siéntate, Jerusalén, sueltas las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sion.” Note que Dios le dice al pueblo que se sacuda, que se levante, que se siente y suelte las ataduras. El Señor no dice le voy a soltar las ataduras, sino que da una orden “suelta las ataduras de tu cuello”, es usted que tiene que romper con esas ataduras, compromisos, y esas amistades que lo tienen atado, que no le dejan adorar a Dios. Es usted quien tiene que romper las ataduras.
Amado hermano, no se enamore haciendo yugo desigual no se deje llevar por emociones. Rompa con las cadenas para que quede libre y el espíritu sople de los cuatro vientos y le de nueva visión.
¿Quieres vida? Rompe las ataduras, rompe la máscara que te colocas para venir al culto. Basta ya con la hipocresía religiosa, tenemos que volvernos a Dios y romper las cadenas para que fluya su gloria y nos santifique. Él quiere una renuncia total, separación total del mundo para que la gloria de Dios descienda sobre su vida. Dios le bendiga.
Tomado de: http://impactoevangelistico.net/