En este pasaje se nos habla acerca de aquella gran victoria que nuestro
Salvador obtuviera sobre el diablo, el pecado, la tumba, el temor, la
tristeza, la ignorancia y la trasgresión. En efecto, a través de Su
muerte, el Señor derrotó para siempre a las tinieblas y a la muerte; y
por ende, el mismo poder que operó en Su resurrección, vivificará
nuestros cuerpos mortales o nos arrebatará al Cielo y nos trasformará en
un abrir y cerrar de ojos.
LA VICTORIA SOBRE EL DIABLO Y EL PECADO
Cristo derrotó al diablo como simple hombre, a fin de concedernos la libertad, y para que nosotros, a su vez, también pudiéramos vencerlo: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”(Hebreos 2:14-15).
Durante la dispensación de la ley, los sacrificios de expiación por el pecado eran imperfectos. Porque solo cubrían el pecado, y porque los oferentes antes de sacrificar en nombre del pueblo, debían presentar sus propios pecados primero. En cambio, durante su estadía en la tierra nuestro Señor habitó en un cuerpo mortal, y fue tentado en todo como cualquier ser humano, el pecado nunca se enseñoreó de Él. Esto hizo que Su sacrifico expiatorio fuera perfecto, y que Él pudiera limpiarnos del pecado y aniquilar su poder condenatorio.
También es deber de aquel que es nacido de Dios de abstenerse de pecar y de guardarse a sí mismo. Y bajo esta condición, el maligno no lo podrá tocar: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”(1 Juan 3:9).“Todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”(1 Juan 5:18).
LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE
El diablo tenía esclavizada a la humanidad por el pecado y por el temor a la muerte. Mas Cristo vino para derribar a los imperios y a las potestades de las tinieblas, y los avergonzó públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz del Calvario (Colosenses 2:15).
La tumba no pudo dejar al Hijo de Dios sepultado; y al tercer día después de la crucifixión, el Espíritu de Dios vino sobre Él, y lo levantó de los muertos. La Biblia en Marcos 16:4-6 dice: “Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron”.
Por medio de Su resurrección Cristo destruyó el aguijón de la muerte, y le quitó todo poder al sepulcro. Las Escrituras revelan que el aguijón de la muerte era el pecado y que el poder del pecado residía en la ley que nos condenaba. No obstante, cuando Cristo aniquiló el poder del pecado en la cruz del Calvario, la muerte ya no pudo seguir amedrentándonos: “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:54-57).
Amados lectores, no tenemos por qué temerle a la muerte ni a nada. Efectivamente, en Cristo el temor ha sido vencido, y por ende, cuando venimos a Él, Su amor perfecto destruye el temor que pueda invadirnos: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor…” (1 Juan 4:17-18).
LA VICTORA SOBRE LA TRISTEZA Y LA IGNORANCIA
Antes de saber que Jesús había resucitado, los discípulos se hallaban en un estado de postración y de tristeza inimaginables. Hasta tal punto, que cuando María Magdalena vino a anunciarles la resurrección, ellos, ocupados en llorar y gemir, no la creyeron (Marcos 16:11).
A pesar de que Cristo anunció varias veces que moriría y resucitaría al tercer día, los discípulos nunca habían interiorizado aquellas palabras. Para ellos, la crucifixión había marcado el final de su discipulado, y cada uno regresó a su casa y a sus profesiones respectivas. Mas Cristo se les apareció para devolverles el gozo, y cuando les enseñó sus llagas y su costado, pruebas irrefutables de que era Él, aquellos se regocijaron grandemente. Existe un concepto erróneo, según el cual, el cristiano camina por un sendero de rosas, y que ninguna tristeza puede afectarlo, porque esto significaría que Dios ya no está con él. No obstante, esta idea contradice las palabras del Señor Jesucristo cuando dijo que en esta tierra no seríamos exentos de tribulaciones, pero que Él se comprometía a darnos Su paz divina.“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Amado lector, puede ser que nunca haya experimentado el gozo de la salvación, o bien que habiéndolo experimentado, los quehaceres de la vida le hayan alejado de Dios. En esta hora, Dios lo está llamando y le está dando una oportunidad de aceptarlo. Si usted lo hace, Él lo recibirá y lo hará heredero del Reino de los Cielos instantáneamente.
Si usted ya es salvo, gócese de su salvación en todo momento. La muerte ha sido sorbida en la victoria de Cristo en el Calvario, no tenemos de qué temer. Dios les bendiga ahora y siempre.
Tomado de: http://impactoevangelistico.net
LA VICTORIA SOBRE EL DIABLO Y EL PECADO
Cristo derrotó al diablo como simple hombre, a fin de concedernos la libertad, y para que nosotros, a su vez, también pudiéramos vencerlo: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”(Hebreos 2:14-15).
Durante la dispensación de la ley, los sacrificios de expiación por el pecado eran imperfectos. Porque solo cubrían el pecado, y porque los oferentes antes de sacrificar en nombre del pueblo, debían presentar sus propios pecados primero. En cambio, durante su estadía en la tierra nuestro Señor habitó en un cuerpo mortal, y fue tentado en todo como cualquier ser humano, el pecado nunca se enseñoreó de Él. Esto hizo que Su sacrifico expiatorio fuera perfecto, y que Él pudiera limpiarnos del pecado y aniquilar su poder condenatorio.
También es deber de aquel que es nacido de Dios de abstenerse de pecar y de guardarse a sí mismo. Y bajo esta condición, el maligno no lo podrá tocar: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”(1 Juan 3:9).“Todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”(1 Juan 5:18).
LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE
El diablo tenía esclavizada a la humanidad por el pecado y por el temor a la muerte. Mas Cristo vino para derribar a los imperios y a las potestades de las tinieblas, y los avergonzó públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz del Calvario (Colosenses 2:15).
La tumba no pudo dejar al Hijo de Dios sepultado; y al tercer día después de la crucifixión, el Espíritu de Dios vino sobre Él, y lo levantó de los muertos. La Biblia en Marcos 16:4-6 dice: “Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron”.
Por medio de Su resurrección Cristo destruyó el aguijón de la muerte, y le quitó todo poder al sepulcro. Las Escrituras revelan que el aguijón de la muerte era el pecado y que el poder del pecado residía en la ley que nos condenaba. No obstante, cuando Cristo aniquiló el poder del pecado en la cruz del Calvario, la muerte ya no pudo seguir amedrentándonos: “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:54-57).
Amados lectores, no tenemos por qué temerle a la muerte ni a nada. Efectivamente, en Cristo el temor ha sido vencido, y por ende, cuando venimos a Él, Su amor perfecto destruye el temor que pueda invadirnos: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor…” (1 Juan 4:17-18).
LA VICTORA SOBRE LA TRISTEZA Y LA IGNORANCIA
Antes de saber que Jesús había resucitado, los discípulos se hallaban en un estado de postración y de tristeza inimaginables. Hasta tal punto, que cuando María Magdalena vino a anunciarles la resurrección, ellos, ocupados en llorar y gemir, no la creyeron (Marcos 16:11).
A pesar de que Cristo anunció varias veces que moriría y resucitaría al tercer día, los discípulos nunca habían interiorizado aquellas palabras. Para ellos, la crucifixión había marcado el final de su discipulado, y cada uno regresó a su casa y a sus profesiones respectivas. Mas Cristo se les apareció para devolverles el gozo, y cuando les enseñó sus llagas y su costado, pruebas irrefutables de que era Él, aquellos se regocijaron grandemente. Existe un concepto erróneo, según el cual, el cristiano camina por un sendero de rosas, y que ninguna tristeza puede afectarlo, porque esto significaría que Dios ya no está con él. No obstante, esta idea contradice las palabras del Señor Jesucristo cuando dijo que en esta tierra no seríamos exentos de tribulaciones, pero que Él se comprometía a darnos Su paz divina.“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Amado lector, puede ser que nunca haya experimentado el gozo de la salvación, o bien que habiéndolo experimentado, los quehaceres de la vida le hayan alejado de Dios. En esta hora, Dios lo está llamando y le está dando una oportunidad de aceptarlo. Si usted lo hace, Él lo recibirá y lo hará heredero del Reino de los Cielos instantáneamente.
Si usted ya es salvo, gócese de su salvación en todo momento. La muerte ha sido sorbida en la victoria de Cristo en el Calvario, no tenemos de qué temer. Dios les bendiga ahora y siempre.
Tomado de: http://impactoevangelistico.net