Rev. Álvaro Garavito: “La mano de Jehová vino sobre mí… y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos… Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo.” Ezequiel 37:1-10.
La Palabra de Dios nos muestra un panorama terrible en cuanto a la nación de Israel y como el pueblo había llegado a una condición de sequedad, de muerte, de destrucción, de desconsuelo, era una situación terrible en todos los sentidos. Cuando el pueblo estaba cautivo en Babilonia los de aquella nación le pidieron que cantaran, pero ellos estaban tan tristes, que habían colgado en los árboles los instrumentos musicales.
La Biblia registra que Pablo junto con otros compañeros, fueron golpeados, heridos y puestos presos en la cárcel. Sin embargo, siendo ya de noche sin importarles las circunstancias que estaban atravesando, empezaron a cantar, abrieron la boca para adorar y bendecir a Dios y la cárcel empezó a temblar, los cimientos del edificio se sacudían, porque la presencia de Dios estaba en ese lugar, porque donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad. El caso de Israel era diferente, la situación llegó a hacerse tan crítica, que ellos colgaron los instrumentos, cerraron la boca y cuando les dijeron que cantaran, ellos respondieron: ¡No podemos cantar en tierra extraña! Israel fue llevado a cautiverio y se secó su espíritu, secándose su alma, secándose su corazón.
Pero vino el tiempo cuando el Espíritu de Dios tomó al profeta Ezequiel y le dio tremenda revelación. El Señor le pregunta a aquel profeta: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” Y la respuesta es: “Señor Jehová, tú lo sabes”. El Señor le dijo al profeta: “Profetiza sobre estos huesos…” Y ¿qué les voy a profetizar, qué les voy a decir si son huesos secos? Porque hay gente que está muerta en delitos y pecados, y hay que profetizarles con la Palabra, el Señor dice: “Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd Palabra de Jehová”. ¡Qué maravilla es oír la Palabra de Jehová! Y esa Palabra se metió en las venas, se metió en la sangre, se metió en los huesos, se metió en el corazón, se metió en el alma y nos cambió, nos transformó, nos dio vida. El Señor dijo: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).
“Profeticé, pues, como me fue mandado...” (Ezequiel 37:7). Cuando hablamos de parte de Dios, la Palabra va a hacer una obra, va a lograr un efecto extraordinariamente poderoso. Dijo el profeta: “Profeticé como se me había mandado, y cuando di la Palabra los huesos se juntaron, y empezaron a resucitar esos muertos”; porque donde hay Palabra de Dios se revoluciona hasta el cementerio. La Palabra es espíritu y es vida, y donde hay un pastor o un predicador que la enseñe, habrá una revolución tremenda, todos los días habrá testimonios, todos los días la gente testificará, porque la Palabra tiene poder para cambiar al hombre. Cuando Ezequiel profetizó, vio que los huesos se juntaban unos a otros y se armaban y fueron levantándose y se formó una multitud, como un gran ejército.
La Biblia nos dice que un funcionario de Etiopía, había venido a Jerusalén y estaba leyendo al profeta Isaías. “Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” (Hechos 8:30, 31). “Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta Escritura, le anunció el Evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó” (Hechos 8:30-38).
Llama poderosamente la atención cuando la Escritura dice: “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Cuando oímos esta Palabra verdadera, pasamos de muerte a vida, de las tinieblas a la luz admirable.
Nuestro Señor Jesucristo estaba peleando la batalla en el desierto y habían pasado cuarenta días de verdadero ayuno. No como esos ayunos que hacen muchos en su cuartito con aire acondicionado, con alfombras, con jugo de naranja o de zanahoria, esos son ayunos inventados por el diablo; hasta dicen que Daniel ayunaba con jugo de zanahoria, ¡mentira de Satanás! Los verdaderos ayunos que encontramos en la Biblia, eran días y noches sin tomar agua, sin comer nada. Pero no hay quien haya ayunado como el Señor, no hay nadie todavía, ni lo encontraremos jamás.
¿Sabe dónde fue el ayuno del Señor? Fue en un desierto, donde sólo hay espinas, arena candente, calor tremendo; y nuestro Señor en ayuno, orando y clamando. Cuando llegaba la noche venía el frío del desierto, ese aire terrible hace temblar a cualquiera, y al amanecer aparecía un sol abrasador. “Y vino a Él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:3, 4). De toda Palabra que sale de la boca de Dios vivirá el hombre; porque de ella somos vivificados, y con ella nos alimentamos espiritualmente.
Amados, con esta revelación divina no hay tempestad, no hay demonio que nos detenga, porque hay un poder dentro de nosotros y esa es la Palabra del Señor.
Tomado: http://impactoevangelistico.net/