Rev. Gustavo Martínez Garavito: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día…” 2 Timoteo 4:7-8.
Vivimos en un tiempo muy difícil, cada quien busca lo personal, y encontramos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento a personas que un día se iniciaron en este camino y parecían que iban a permanecer hasta el final; pero aunque tuvieron un buen comienzo, lamentablemente tuvieron un triste final; por eso siempre se nos dice que pongamos nuestra mirada en el Señor y no en las cosas que perecen.
El Señor amonestó al apóstol Pedro cuando este quiso persuadirle, que tuviera compasión de sí mismo y que no fuera a Jerusalén sabiendo que le esperaban para matarle, pero el Señor tuvo que reprenderlo y decirle: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23).
Es decir, Pedro no entendía, su mirada no estaba en el Señor, estaba pensando en el bienestar terrenal, estaba pensando en las comodidades, y por eso se equivocó grandemente y trató de persuadir al Señor a que no siguiera adelante, que más bien tomara otra ruta, que evadiera el sufrimiento y la muerte. Pero el Señor fue explícito, dijo que había que poner la mirada en las cosas de arriba, que nuestra mirada debía estar enfocada en Dios.
Por eso muchas personas que empiezan este camino, aparentemente son fieles un tiempo, y hasta prosperan en lo que hacen, y le hacen creer a todos los demás que fueron hombres y mujeres de Dios, pero por los frutos uno se da cuenta que han desistido, que se han desviado, se han descarriado, que se salieron del camino, porque fueron tras el lucro, fueron tras las ventajas personales, su mirada estuvo aquí en lo terrenal. El Señor dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Marcos 8:34). “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62).
El apóstol Pablo tuvo que escribir esta carta y yo creo que con tristeza, no por el hecho de que estaba a punto de ser sacrificado, sino de ver a tantos que se iban y aquí en particular nombra a Demas, uno que había sido su colaborador, su ayudante, su compañero de milicia, uno que había trabajado al lado de hombres de Dios, de hombres fieles. Pablo dice: “Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo…” (2 Timoteo 4:10).
El apóstol Juan dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Juan 2:15). El que ama el mundo no puede permanecer para siempre, la Biblia dice: “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). El apóstol Pablo es buen ejemplo de perseverancia, de fidelidad, de constancia, es un hombre que se atrevió a decir: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1); él se propuso a seguir las pisadas del maestro.
Pablo también dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gálatas 2:20); “pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…” (Filipenses 3:7-9).
Este hombre desde el momento de su conversión entendió que lo que antes seguía era una religión. Un resplandor del cielo vino sobre él, y cayó en el piso y tuvo que reconocer que se había encontrado con el Señor, e inmediatamente le dijo a Dios: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). En otras palabras: “Aquí estoy, me rindo y me dispongo a tu servicio, ¿en qué puedo serte útil? Aquí estoy para servirte”.
Pablo dice: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:6-7).
Por eso también dijo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35-39). Cuando se pelea contra los poderes del infierno, contra el mundo y la carne, esa es la batalla que hay que pelear, no hay que pelear a favor del mundo, ni en contra de la sana doctrina. El apóstol está diciendo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera”.
Luego dice: “He guardado la fe”, he guardado la Palabra, he honrado a Dios, he sido fiel a Dios. Y continua diciendo: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, Juez justo en aquel día, y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8). Pablo no era el único, habían muchos que no claudicarían, que no importaba la persecución, que no importaba si les iban a cortar la cabeza, que no importaba lo que viniera en contra de ellos, serían capaces de llegar al final honrando a Dios y honrando Su Palabra, teniendo un final dichoso.
Tomado: http://impactoevangelistico.net/