Rev. Álvaro Garavito
Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, vino a
enfrentársele, y para enfrentarlo tuvo que nacer como cualquier ser
humano, tomar forma de hombre y vivir como cualquiera de nosotros,
excepto sin pecado, para enfrentar y vencer al que tenía el imperio de
la muerte.
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el
pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto
todos pecaron”, (Romanos 5:12). “Porque la paga del pecado es muerte,
más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”
(Romanos 6:23).
En estos días el mundo se ha visto envuelto por lo que inicialmente se
le conoció como la peste porcina. Esta plaga puso en jaque al mundo
entero; gobiernos de todas partes de la tierra alertaron a la población a
tomar medidas precautorias para no ser infectados por esta plaga. El
miedo al posible contagio y a la muerte hizo que muchas empresas se
fueran a la quiebra, vuelos aéreos fueron cancelados, centros de turismo
quedaron desérticos, en fin una gran problemática.
La historia registra muchas plagas, muchos problemas destructivos,
muchos desastres, muchas pandemias que han exterminado a millones de
seres humanos. Cada vez que se habla de esto, se ponen los pelos de
punta, la gente hace lo que sea para huir de un contagio o de una plaga
como esta. La Palabra de Dios, es el libro más antiguo en conocimiento
que haya existido en la tierra, el autor de este libro, el Dios creador
del universo, del cielo y de la tierra, anunció una pandemia hace casi
4000 años atrás, la cual ha venido a ser la peor de todas que hayan
podido destruir a millones de millones de hombres y mujeres, ancianos y
niños, adolescentes y jóvenes de todas las edades y de todos los estatus
sociales han caído presa de la pandemia más horrible y devastadora que
se haya podido oír en la tierra, llamada “PECADO”.
Esa pandemia inició cuando nuestros primeros padres o habitantes de la
tierra empezaron a poblar este planeta. Estas plagas han destruido parte
de la humanidad, sabemos que vendrán plagas sobre la tierra que harán
temblar el mundo y que nadie podrá descubrir el origen ni tampoco su
curación; el planeta está amenazado a causa de la primera pandemia que
se inició dentro de la raza humana. Esta plaga o estas plagas han tenido
un origen, algunos hablan que se han originado entre las aves, otras
plagas se han originado entre los cuadrúpedos, entre la raza porcina,
pero hay una plaga también llamada el SIDA que se originó a través de
una bestia, de un animal con el cual un hombre perverso y corrompido
tuvo relaciones sexuales y de allí emanó y dependió el llamado SIDA que
tiene sellado con la muerte a millones de personas.
La pandemia más devastadora que las otras es el PECADO. La Biblia dice:
“Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuantos todos
pecaron” (Romanos 5:12). Esta plaga se inició producida por la bestia
salvaje, horrible y abominable que hayamos oído en este mundo llamado la
serpiente antigua, Satanás y el diablo, esa bestia salvaje entró allí
al Edén con el virus que no ha habido médico, no ha habido ciencia, no
ha habido mano de hombre que haya podido curar, ni sanar y mucho menos
detener esa plaga. Esa bestia llamada diablo metió en la vida de los
primeros habitantes del mundo, la semilla del virus del pecado y a
medida que la población fue aumentando sobre la tierra, también el
pecado se multiplicó.
Ese virus maligno está acabando con los principios, con la moral, y sus
resultados son la prostitución, el adulterio, la fornicación, etc. Con
este virus aparecieron los primeros pervertidos, los homosexuales, las
lesbianas, los primeros hombres que se ayuntaban con las bestias,
degenerados, inmorales, sucios, corrompidos, porque el virus de la
maldad se había metido a su sangre, y esa plaga, la más terrible de las
pandemias del mundo ha llevado a millones y millones al infierno eterno,
porque han rechazado la Palabra de Dios y a Jesucristo el Hijo de Dios,
Él es el único que puede sanar y salvar al hombre de esa plaga del
pecado. El diablo emprendió en el mundo grandes empresas como son los
expendios de droga, de alcohol, de licores, y todo lugar de
degeneración, porque el hombre nace infectado por esta pandemia inmunda;
la Palabra de Dios nos dice que “la paga del pecado es muerte” (Romanos
6:23).
En cierto país oímos una noticia espeluznante, que ya no hay espacio
para meter más pandilleros, más ladrones, más criminales, las cárceles
están atestadas y los gobiernos en lugar de promover la predicación del
Evangelio, de facilitar y abrir puertas para que se predique a través de
la radio, la televisión, se resisten, hasta se persigue el único
antídoto que puede curar esta pandemia del mundo. Millones han sido
presos, los reclusorios de personas con problemas mentales también están
sobrepasando su capacidad, hay un aumento de maldad, mientras más se
acerca el levantamiento de la Iglesia, más maldad habrá, más
inmoralidad, más pornografía, más suciedad, pero “cuando el pecado
abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20). Y donde el diablo ha
metido sus garras y su hocico, allí el Señor ha metido su mano para
salvar, para libertar, para romper las cadenas del pecado y de la
muerte.
Dice la Palabra de Dios que esto se trasmitió a todos los hombres, todo
el que nace ya está infectado por el pecado, por eso ya hay personas de
6 o 7 años que son borrachos y drogadictos, y estamos llegando a un
punto tan peligroso, tan delicado, tan insoportable en la tierra, que ya
estamos viendo prostitutas de 7 u 8 años, estamos oyendo por los medios
noticiosos, la prostitución infantil.
La ciencia ha aumentado y la Internet bien utilizada es una maravilla
de Dios, pero a muchos, Satanás ha corrompido en sus propias
habitaciones, les ha trasmitido el veneno de la corrupción, el veneno de
la inmoralidad, el veneno de la prostitución, de la pornografía; lo
triste, lo lamentable de esto no es solamente a los pecadores que no
tienen a Cristo, lo lamentable de esto es que en esta avalancha de
suciedad, que el mundo le está haciendo presión a lo moral, a lo limpio,
a lo puro, hay una avalancha que va arrastrando los principios morales
que quedan y muchos jóvenes, jovencitas y hasta damas y caballeros ya de
edades, donde pudieran distinguir y rechazar estas cosas están cayendo
en esas garras de la pornografía.
También hay tantas iglesias que en los cultos no pueden ni alabar, ni
predicar, la gente va a dormirse allí, porque están atados por la
pornografía, atados por las novelas, por películas corrompidas que han
destruido la moral del hombre. Ese virus se apoderó del mundo y fue
tomando tanta fuerza que se vino a convertir en “el imperio de la
muerte” (Hebreos 2:14). Cristo vino a la tierra después de miles de años
de haber creado al hombre, vino a buscar y a salvar lo que se había
perdido, vino a enfrentársele, y para enfrentarlo tuvo que nacer como
cualquier ser humano, tomar forma de hombre, hacerse hombre de carne y
huesos y venir a vivir aquí como cualquiera de nosotros, excepto sin
pecado, para enfrentar y vencer al que tenía el imperio de la muerte.
El Señor dice a través del profeta Ezequiel 18:23, leemos: “¿Quiero yo
la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de
sus caminos?”; y en Ezequiel 18:32 nos dice: “Porque no quiero la
muerte del que muere, dice Jehová el Señor, convertíos, pues, y
viviréis”. El Señor profetizó a través del profeta Oseas, hablando del
imperio de la muerte y dice: “De la mano del Seol los redimiré, los
libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu
destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista” (Oseas
13:14). Antes de nacer el Mesías prometido, ya el profeta había recibido
revelación de Dios, que la muerte sería destruida en las manos de aquel
que vino a enfrentarse al imperio de la muerte. Y esto vino a cumplirse
porque el escritor a los hebreos dice lo siguiente: “Así que, por
cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él (esto es Cristo)
también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al
que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14).
Cristo vino a la tierra, nació en un pesebre, donde habían asnos,
bueyes, vacas, en medio del estiércol, abandonado, pobre, porque la
Palabra dice que “por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico (Él se
hizo pobre, pero con un propósito), para que vosotros con su pobreza
fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Nació como pobre, vivió como
pobre, no tuvo donde recostar su cabeza, rehusó todo porque el vino a
buscar y a salvar lo que se había perdido.
Todos conocemos la historia, los que servimos a Cristo sabemos cómo fue
su vida que siendo un niño de escaso un año y medio o dos años, ya las
persecuciones de muerte estaban detrás de Él. Fue creciendo en medio de
una batalla de incomprensión, de luchas, de desvelos, pagando un precio
para poder dar el golpe certero allí en el calvario. Él tenía que pasar
aquí en la tierra muchas noches de desvelo para ver la derrota de su
adversario concretada, tenía que pasar noches, días de hambre, de
sueños, de escasez, de persecuciones. Cristo fue creciendo, peleando esa
batalla. La Biblia dice que en los montes pasaba las noches, muchas de
esas noches fueron pasadas en los montes fríos, el sereno, picado de los
moscos, de las hormigas, vivía una vida incómoda, una vida terrible,
opuesta a todo lo que vivía la sociedad en su tiempo, pero sus ojos
estaban puestos en el calvario para darle un certero golpe a su
adversario, a su enemigo que lo había perseguido ya por más de 30 años.
“Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también
participó de lo mismo”; tuvo que venirse del cielo a nacer como hombre,
habitar aquí como un ser humano con necesidades, a llorar, a reír aquí
en la tierra consciente que tenía que pelear la más cruenta de las
batallas para poder derrotar al que tenía “el Imperio de la muerte”, eso
era pagar un precio para ver las cosas hechas. Ahora sabemos que para
echar mano de la vida eterna y de la bendición hay que pelear una
batalla fuerte en esta tierra.
Él se hizo hombre y tomó esa forma y participó de ese cuerpo, de esa
carne, de esos huesos, de esa sangre para poder destruir por medio de la
muerte, porque Él tenía que morir en la cruz del calvario, ese era su
final, tenía que morir en la cruz del calvario para poder destruir con
su muerte al que tenía “el imperio de la muerte”. Cuando llegó la noche
anterior, esa noche terrible de agonía en el Getsemaní sus poros se
reventaron por la presión que había de la batalla sin cuartel que tenía
que enfrentarse, la sangre corrió en su agonía, de sus poros salían como
grandes gotas de sangre. Cuando llegó la hora, se enfrentó a los
enemigos, lo llevaron a la cárcel y allí fue juzgado para luego
posteriormente pasar a aceptar la muerte de cruz que estaba esperando
porque allí se iba a pelear esta gran victoria, ¡la batalla la tenía
ganada!
Allí en la cruz Cristo se enfrentó en el madero contra principados,
contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes; allí
estaban esperando golpear su cabeza. “Y despojando a los principados y a
las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la
cruz”, Colosenses 2:15. Cristo despojó a las potestades, a los
gobernadores, les quitó su autoridad; los despojó, los derrotó y los
venció, públicamente, ¡públicamente! Para que no quedara vestigio
secreto, que no quedaran dudas de quién había vencido, allí venció la
muerte, allí venció al diablo en aquella gran batalla del calvario,
venció al que tenía el Imperio de la muerte, fue vencido; y esa sangre
preciosa que salía de su cuerpo mientras moría, esa sangre se convirtió
en una fuente carmesí que limpia el pecado del hombre.
¡Cristo derramó su sangre! Y esa sangre desde aquel día hasta ahora,
sigue limpiando. Él fue llevado a la tumba después de morir, ya había
vencido al que tenía el imperio, pero le faltaba vencer la muerte y allí
fue a la tumba. Al tercer día resucitó de los muertos, la muerte no lo
pudo retener, la tierra tembló, las piedras se sacudieron, se levantó
aquel que venció por la eternidad de la eternidad. ¡Cristo es el
vencedor! ¡Cristo venció la muerte, Cristo venció al diablo! ¡Venció al
que tenía el imperio de la muerte! ¡Lo derrotó! ¡Él venció! Y llevó en
su cuerpo las enfermedades, y creemos en ese Cristo que resucitó de los
muertos, si creemos en aquel que venció al diablo y a la muerte.
Amigo, usted está atado porque quiere, es presa del alcohol porque
quiere, es presa de la droga, de la prostitución, de la mentira, de la
trampa, de la falsedad, de la hipocresía, de la hechicería, de los
agoreros, de los brujos, pero Cristo nos dice: “Conviértase de sus malos
caminos y vivirá”. Si usted cree en Él acéptelo como su Señor y
Salvador personal. ¡Dios le bendiga!.
Tomado de: http://impactoevangelistico.net/