Rev. Rubén Concepción: “Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar…” Ezequiel 47:1-12.
Al aplicar esta porción de las Escrituras a nuestra vida, nos damos cuenta que somos santuario de Dios. Pues la Palabra de Dios establece que somos “templo del Espíritu Santo”. Como templo de Dios somos fuentes o portadores desde la cual fluyen las aguas de bendición y gracia divina. El Señor Jesús dijo: “Si alguno tiene sed venga a mí y beba. El que cree en mí como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva”. (Juan 7:37-38).
El Señor dijo: “El que cree en mí”. No dijo el que cree en las palabras de los hombres, o en las instituciones políticas, religiosas, económicas. Él dijo: “El que cree en mí”. Él es el fundamento de nuestra fe.
Al observar este pasaje, Ezequiel 47:1, nos dice que las aguas salían del santuario, que es la casa de Dios. La casa de Dios representa nuestra vida consagrada, dedicada y entregada a Dios. Muchos quieren llevar el mensaje de Dios pero no quieren vivir a la altura del mensaje. Muchos quieren proclamar la Palabra de Dios pero no quieren conocer al Dios de la Palabra.
Vemos que las aguas que corrían hacia fuera salían de “debajo del umbral”, el umbral es un escalón para subir o entrar a la casa. Y nos habla de una vida de humildad y sencillez. Por lo tanto nos convertimos en portadores de las aguas de la bendición reconociendo que somos “santos y humanos”. La humildad es una virtud y cualidad en la vida de los creyentes que verdaderamente están llenos de Dios. Al verdadero hombre de Dios las alturas no le marean porque ha aprendido a estar sobre la cumbre de la misma forma que estuvo Jesús, crucificado.
Estas aguas corrían hacia el oriente, hacia el nacimiento del sol. El verdadero creyente camina a la luz de la Palabra de Dios.
Así que, su caminar es de fe, su visión es amplia y segura. Aunque vive en el marco del tiempo (pasado, presente, futuro), nunca mira al pasado para anhelarlo como el pueblo de Israel, tampoco se detiene en el presente circunstancial para vivir, en el lamento como le sucedió a Samuel. Hace como el apóstol “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta al premio del supremo llamamiento” (Filipenses 3:13-14). La fortaleza del verdadero portador, es proseguir para seguir dando las aguas de la bendición aunque eso conlleve sacrificio, dolor y menosprecio.
El verdadero creyente lleno de Dios corre hacia el oriente, hacia el nacimiento de un nuevo día. Para poder realizar esta gran tarea de llevar las aguas de la bendición a un mundo que es árido y estéril, es necesario que haya un proceso de crecimiento y madurez. Sabemos y comprendemos que el Reino de los Cielos se hace fuerza y los valientes lo arrebatan.
Todo tiene un comienzo. Nadie nace realizado. Cuando vemos este pasaje, Ezequiel 47, nos damos cuenta que el profeta fue invitado para que entrara a las aguas.
Quiere decir que antes que las aguas de la bendición entren en nosotros para convertirnos en bendición, nosotros tenemos que entrar a ellas, en las aguas, para que seamos saturados de lo divino. Vemos que Dios tiene su plan bien diseñado. La primera distancia (mil codos) representa el inicio del Espíritu Santo en nosotros. Viene como silbido apacible y delicado. El Señor habló a sus discípulos y les dijo que el Espíritu Santo moraba con ellos y que estaría en ellos (Juan 14:7). Esto nos habla de una íntima comunión. Cuando hay una verdadera comunión, no hay gritos de desesperación, sino un silbo apacible como lo experimentó el profeta Elías. Así es el inicio de la vida que ha de llevar las aguas de la bendición.
Comienza con obediencia y sensibilidad. Tenemos que ser sensibles a los toques del Señor. La comunión con Dios nos conduce a una relación más profunda con Él. Cuando el agua llega hasta las rodillas nos postramos y permitimos que el Espíritu Santo nos ayude en nuestra debilidad. Cuando nos postramos (Ezequiel 47:4). Podemos oír su voz que nos fortalece para poder interceder por los pueblos, las naciones y la Obra de Dios.
Luego nos paramos en la brecha y clamamos por misericordia. Tenemos que meternos en las aguas hasta las rodillas; “la humildad no está en espera de grandes hombres de ciencia y políticos ni grandes predicadores elocuentes; sino esperando un hombre, un pueblo que viva de rodillas y se aun intercesor”. Hay que meternos en las aguas hasta las rodillas.
“Mil codos más”. Por tercera ocasión el mensajero invita al profeta a que entrara más profundo, “hasta los lomos (la cintura)”. Esto representa la vida ceñida al Espíritu Santo. Cuando Cristo llena nuestras vidas hay cambios, ya no nos ceñimos nosotros, sino que otro nos ciñe, nos ciñe el Espíritu Santo y recibimos autoridad de Dios para proclamar su Palabra. El deseo de Dios es tomar control de nuestras vidas para poder caminar por la senda de la fe con seguridad, certeza y convicción de ver el futuro bajo la perspectiva divina. Por lo tanto, mil codos más es la medida que nos sumerge en las aguas provocando una rendición a la obra del Espíritu Santo. Es el momento cuando no hay más resistencia, es el momento cuando Dios toma el control de nuestras vidas.
Dejamos lo que era de niños y nos convertimos en hombres y mujeres capaces de realizar la Obra de Dios con valor, determinación y entrega. Cuando Dios toma el control en nuestras vidas nuestra escala de valores cambia. Todo lo valorizamos desde la perspectiva de las riquezas que haya en Cristo Jesús. Pasamos de lo insignificante a lo maravilloso.
Los resultados de las aguas de la bendición han sido y seguirán siendo maravillosos. Produjo frutos para alimentar, sanidad para el enfermo y vida a todo lo que estaba muerto.
Atrévete a entrar a las aguas de la bendición, sumérgete por completo, hasta que te conviertas en una verdadera fuente que brota aguas de vida eterna. Entonces estarás listo para saciar la sed que tienen aquellos que te rodean. Solo tienes que probar. Pruébalo y te convertirás en un portador de las aguas de la bendición.
Fuente: impactoevangelistico.net/